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The Biologist (Lima). Vol. 14, Nº2, jul-dec 2016
Sustainable environmental cost
propia agua dulce, hacen que este último
recurso sea estratégico para el siglo XXI, ya
que es un elemento esencial, único e
insustituible para la supervivencia de la
humanidad (Agudelo 2005, He et al. 2014
MINAM 2016).
er
Durante el 3 Informe sobre el Desarrollo de
los Recursos Hídricos en el Mundo, celebrado
el 16 de marzo de 2009 en la ciudad de
Estambul-Turquía, se mostraron con múltiples
datos que en el 2030, el 47% de la población
mundial vivirá en zonas con estrés hídrico
(OECD 2008), donde diversos científicos
sostuvieron el argumento que el calentamiento
global intensificará, acelerará o aumentará el
ciclo hidrológico global (Del Genio et al.1991,
Loaiciga et al. 1996, Trenberth 1999, Held &
Soden 2000, He et al. 2014). Asimismo, una
revisión realizada por Huntington (2006),
sobre más de 100 estudios basados en
observaciones sobre los cambios recientes en
el ciclo hidrológico mundial, puso en
evidencia que sobre la segunda mitad del siglo
XX hubo una mayor tendencia a sufrir
escorrentías, inundaciones y sequías, así como
otros fenómenos y variables relacionados con
el clima a niveles regionales y mundial
(Montenegro-Canario et al. 2015). Todo esto
confirma la percepción de que el ciclo
hidrológico se ha intensificado (MINAM
2016). Zhang et al. (2007), indicaron que a lo
largo del siglo XXI se han producido sequías
más intensas, ligadas a un aumento de las
temperaturas y un descenso de las
precipitaciones, afectando a un mayor número
de personas.
Desde hace más de veinte años la FAO (1992),
definió la contaminación del agua como ¨la
introducción por el hombre en el ambiente
acuático (mares, ríos y lagos) de elementos
abióticos o bióticos que causen efectos dañinos
o tóxicos, perjudiquen los recursos vivos,
constituyan un peligro para la salud humana,
obstaculicen las actividades marítimas
(incluida la pesca), menoscaben la calidad del
agua o disminuyan los valores estéticos y de
recreación¨ (Iannacone et al. 1998, Wang &
Zang 2014). Sin embargo, hoy en día la
contaminación de las aguas es cada vez más
preocupante, ya que están expuestas a
sustancias y preparados químicos peligrosos,
uso de biocidas y plaguicidas fitosanitarios,
sustancias carcinógenas, mutágenas y tóxicas
para la reproducción (CMR), compuestos
orgánicos volátiles (COV) (Iannacone et al.
1998, Porta et al. 2002, Olivares-Calzado et al.
2012, Iannacone et al. 2016), sustancias
persistentes bioacumulables y tóxicas: PBT,
las dioxinas (Kogevinas & Janer 2000) y
furanos, : PCB, bifenilos policlorados
alteradores endocrinos (Olea et al. 2002), así
como los metales pesados que afectan la salud
animal en los ecosistemas acuáticos
(Iannacone & Alvariño 2002, 2005, Argota et
al. 2012; Argota & González, 2013, Argota-
Pérez et al. 2014, Dixit et al. 2015), donde
todos los contaminantes anteriormente
mencionados, representan reales amenazas,
por cuanto deberán ser objeto de medidas de
evaluación, reducción y control de su riesgo,
pudiendo ser entonces incorporados a
cualquier legislación nacional e internacional
para la protección ambiental de las aguas y por
ende, su valoración económica (Wang & Zang
2014).
Considerando lo anterior, Butlerl (2005),
refiere que la medición económica de la
calidad ambiental ha sido abordada, desde
diferentes perspectivas, externalidades,
derecho de propiedad y eficiencia económica,
así como desde la razón sobre la pérdida del
bienestar. De igual forma, refiere que se han
planteado otros enfoques donde se busca
establecer conexiones teóricas entre los
sistemas ecológicos y los económicos,
integrándose en ellos la relación hombre-
naturaleza (Volk et al. 2008, He et al. 2014,
Zhang 2014).
Una de las grandes incertidumbres para
muchas sociedades, es conocer cuál sería el