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The Biologist (Lima). Vol. 13, Nº2, jul-dec 2015
presagio. Dos semanas después, el gran
emperador macedonio moría aquejado de
calenturas, dolor abdominal agudo y periodos
de debilidad encadenados a otros de delirio.
Estas fiebres y la sintomatología descrita,
unido al comportamiento anómalo de las aves
descrito por Plutarco, hizo pensar a
investigadores estadounidenses que Alejandro
Magno murió por encefalitis causada por el
virus West Nile (Marr & Calisher 2003). Este
virus es transmitido por insectos vectores y
utiliza como reservorio natural a las aves,
desde donde puede infectar a humanos a través
de la picadura de mosquitos. Curiosamente, y
en relación a los escritos de Plutarco, algunas
especies de aves como los cuervos son muy
susceptibles a la enfermedad. Efectivamente,
durante la epidemia de virus West Nile
acaecida en Estados Unidos entre 1999 - 2003
fue muy común encontrar cuervos y otras
especies de aves muertas por encefalitis en
zonas con circulación activa del virus. Estas
especies de aves fueron entonces utilizadas por
los especialistas de los centros de salud locales
(a modo de modernos augures) como sistemas
de vigilancia y auténticas alarmas biológicas,
pues la presencia de cuervos muertos precedía
en varias semanas la aparición de casos
humanos (David et al. 2007).
Este es solo uno de los muchos ejemplos en los
que las aves son nuestros mensajeros,
auténticos centinelas del mundo en el que
vivimos. A través de los siglos y las diferentes
culturas, las aves nos han ido avisando de los
cambios y peligros que amenazan la salud del
medio natural y las especies que en él
habitamos. Ya no vemos canarios enjaulados
en las minas de carbón para alertar a los
mineros de las emanaciones mortales del gas
grisú. Pero, igualmente, hoy en día las aves nos
siguen enviando mensajes y advertencias de
las amenazas para la salud en el mundo que
compartimos. El estudio de la fenología,
parámetros fisiológicos y estado de salud de las
aves migradoras, a través de los denominados
“efectos trasladados” (carry-over effects), nos
aporta información sobre la desaparición de
ecosistemas, la contaminación y la alteración
de usos del suelo de zonas remotas y de difícil
acceso a miles de kilómetros de distancia
(Greenberg & Marra 2005). Por ejemplo,
podemos capturar un ave en España y estudiar
la composición de la pluma que fue mudada y
creció en un lejano país de África, y comprobar
que los niveles de mercurio u otros metales
pesados aumentan, signo alertador de un
incremento en la contaminación en el país
africano. O descubrir una especie parásita
invasora que amenace las poblaciones de aves
del Perú (Marzal et al. 2015), pudiendo reseñar
que hay cambios en el medio ambiente que
facilitan la invasión, o bien un tráfico de
especies exóticas incontrolado. Todos estos
indicios, transmitidos por las aves, nos
advierten de cambios que pueden afectar a la
salud de todos.
En noviembre de 2015, Birdlife International y
National Audubon ha publicado el informe The
Messengers (Las mensajeras), que reúne los
resultados de 120 investigaciones científicas
que, a su vez, sintetizan la información
obtenida por cientos de estudios que ilustran
cómo las aves nos alertan de las consecuencias
del cambio climático. Podemos citar varios
ejemplos al respecto. Aunque se espera que
algunas especies puedan aumentar su
población y distribución como consecuencia
del cambio climático, hay más perdedores que
ganadores: más del doble de las especies se ven
reducidas drásticamente en número y rango
geográfico, situándolas al borde de la extinción
(Hole et al. 2009). Otras especies se ven
afectadas con mayor intensidad por la malaria
y otras enfermedades, como consecuencia de
los cambios en temperatura que favorecen la
dispersión del mosquito vector a zonas de
altitudes elevadas que estaban libres de la
enfermedad hasta hace poco tiempo (Benning
et al. 2002). La olas de calor del pasado verano
ocasionaron la pérdida de miles de vidas
humanas. Las aves no son inmunes a estas
temperaturas extremas, y los estudios
Marzal