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| Cátedra Villarreal Posgrado | Lima, Perú | V. 1 | N. 2 | julio - diciembre | 2022 |
Introducción
La destrucción de los ecosistemas a nivel
global, han sufrido impactos catastrócos en la vida
silvestre y en la salud humana. La naturaleza está
disminuyendo a ritmos no precedentes, la forma en
que producimos y consumimos alimentos y energía, y
el agrante desprecio por el medio ambiente arraigado
a nuestros modelos económicos ha llevado el mundo
natural a sus límites (Fondo Mundial para la Naturaleza
- WWF, 2020). El monitoreo global de la diversidad
de especies muestra que el número de especies ha
disminuido de forma signicativa, alrededor del mundo
ha sido del 68% y en América Latina la disminución ha
sido del 94% (WWF, 2020).
Siendo uno de estos ecosistemas afectados los
manglares, a nivel mundial están sufriendo tasas elevadas
de deforestación desde 1980 este impacto se ha visto en
los países de Pakistán, Australia y México, a ello se le
añade la extracción de productos hidrobiológicos el cual
ha conllevado a poner en peligro y en estado vulnerable
una serie de especies en este ecosistema, tenido como
resultado la disminución de la biodiversidad (Lanly,
2003). La actividad antrópica conocida también como
presión antrópica cuando ejerce impactos negativos
signicativos en los ecosistemas se incrementaron con la
actividad a gran escala de acuicultura y la infraestructura
turística, sobre todo en los ecosistemas de los manglares
de Asia, El Caribe y América Latina (Organización de
las Naciones Unidas - ONU y la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura -
FAO, 2020).
En uno de los países afectados, México, ya
se han realizada estudios acerca de la vulnerabilidad
de las comunidades humanas sobre los ecosistemas de
manglares, en el estudio de Ortiz, Gómez-Mendoza,
Caetano y Mata (2018), se usó el enfoque de adaptación
basado en ecosistemas (AbE) y la aplicación de
entrevistas semi-estructurales, mostraron que los
habitantes reconocen la protección que brindan los
manglares contra inundaciones, vientos intensos
y marejadas ciclónicas. Aunque el 61% de las 162
personas encuestadas se dedican a alguna actividad
de conservación (gestionar viveros de manglares y
plantarlos en áreas y evitando la caza de vida silvestre),
las comunidades no tienen plena conciencia de los
servicios ambientales. Este estudio es un ejemplo de
iniciativas locales de adaptación al cambio climático y
estrategias de conservación porque podría ayudar a los
habitantes a reconocer sus capacidades para desarrollar
su propio bienestar. Se hacen recomendaciones sobre
el manejo ambiental y la conversión económica de los
pobladores para reducir la vulnerabilidad social de la
región. Asimismo, Moreno, Álvarez y Orozco (2021)
investigaron la heterogeneidad ambiental y alteraciones
antrópicas en este mismo país, dando como resultado
que los principales efectos de las actividades antrópicas
fueron la pérdida parcial de la estructura del bosque por
tala y quema, compactación de la capa supercial del
suelo, lo que deriva en el incremento de la densidad
aparente y reducción del carbono almacenado en
biomasa y suelo.
A nivel de América Latina, en Brasil ya se
han realizado estudios donde se busca determinar el
nivel de la capacidad de adaptación determinada por
la vulnerabilidad social al cambio climático de las
comunidades pesqueras con el n de buscar estrategias
comunitarias para para adaptarse a los cambios
ambientales es fundamental para el desarrollo de
acciones que mejoren tanto la conservación como la
supervivencia de la comunidad, entre sus resultados se
evidenció la falta de apoyo institucional para la protección
del ecosistema y que las organizaciones comunitarias, de
investigación y la diversicación de los medios de vida
reducen la vulnerabilidad (Machado y Gasalla, 2020),
en Ecuador se han hallado resultados similares donde
se demuestra que las principales vulnerabilidades que
enfrentan estas comunidades responden a una sinergia
de problemas sociales que potencia su exposición a
efectos de cambio climático, así como, sugieren una alta
capacidad adaptativa, aunque vulnerable a esa misma
problemática social (Iñiguez, 2019) y en Colombia
los resultados obtenidos fueron que así como hay
acciones antrópicas que impactan negativamente en
los manglares, también hay actividades encaminadas a
reestablecer la hidrología que permitan la restauración
del mismo (Sánchez-Moreno, Bolívar-Anillo, Villate-
Daza, Escobar-Olaya y Anfuso, 2019).
Entre Perú y Ecuador se extiende 3,400 km2
de bosque de mangle, siendo un área más extensa que
Colombia y Venezuela, sin embargo en estos lugares
la perdida de bosque de mangle ha sido eminente
siendo ocasionado por las presiones antropogénicas
en la zona costera, causadas por el desarrollo turístico,
el aprovechamiento irracional de las especies
hidrobiológicas, la comercialización y crianza del
langostino que ha ocasionado deforestaciones extensas
para posesionarse en estos ecosistemas que facilitan
la crianza de dicho crustáceo (Centro Mundial de
Monitoreo para la Conservación del Programa de
Naciones Unidas para el Medio Ambiente - UNEP -
WCMC, 2016). En Perú, el ecosistema manglar se
ubica en la Región Tumbes, siendo un lugar protegido
(Santuario Nacional los Manglares de Tumbes -
SNLMT) con un total de 2,972 hectáreas, de las cuales
más de 1,500 se encuentran no protegidas (Centro de
Datos para la Conservación – Universidad Agraria La
Molina, 2006), pero este ecosistema no es ajeno a las
actividades antrópicas (pesca, la extracción de especies,
la infraestructura, la contaminación, la deforestación
y el cambio de uso del suelo) que han ocasionado una
degradación acelerada del ecosistema poniendo en