Analía Vélez de Villa
caso de Landero–. Un sujeto paradójico ne-
cesita buscar a Dios “para fundar la creación
permanente del propio ser” (Zubizarreta 200);
en cambio, el otro se afirmará narrándose a sí
mismo, construyéndose para él mismo y para
otro. Para ambos “Todo hombre es hombre de
libro” (Cómo se hace una novela. Continua-
ción. En: Zubizarreta, p.139); para Unamuno
esto lleva impreso un sentido bíblico: “Todo
es para nosotros libro, lectura; podemos ha-
blar del Libro de la Historia, del Libro de la
Naturaleza, del Libro del Universo. Somos bí-
blicos” (Unamuno, 1927). Para Landero hay
en ello un sentido sagrado, también: “Quizás
entonces descubrió que la escritura, y la voz
que la descifra, tenía algo de sagrado” (2001,
p.146). Zubizarreta comenta un artículo que
lleva fecha de 22 de setiembre de 1922, titula-
do El hombre del libro. En él Unamuno revela
que “no tener biografía es no tener historia, y
no tener historia es no haber vivido humana-
mente. O sea no haber vivido; no haber estado
inscrito en el Libro de la Vida” (Zubizarreta
1960, p.141).
Esta necesidad de escribirse, de narrar-se a
sí mismo nos trae a la memoria la teo-ría de
Ricœur (2001) acerca de la necesidad de
adquirir la experiencia de la identidad y la
permanencia a través de la posibilidad de
narrarnos y narrar nuestras historias. Sin
embargo, la similitud sigue conservando esa
distinción fundamental que traspone a Una-
muno a la orilla de la modernidad, puesto que
su discurso se halla inscripto dentro de lo que
Lyotard denomina “los metarrelatos”. De las
historias preexistentes o narradas con
anterioridad al relato unamuniano, nos inte-
resa la del cristianismo. Esta legitima todas las
prácticas textuales de Unamuno, pues in-cluso
cuando el propio Unamuno duda de su
creencia, el metarrelato preexiste y continúa
existiendo más allá de Jugo de la Raza o de
Carlos VII. Estima Zubizarreta (1960, p. 142)
que con la metáfora del “libro de la vida”,
Unamuno renueva el carácter vital -religioso,
al que nos estamos refiriendo. En el caso de
Landero, no se problematiza esta cuestión,
más propia de la episteme moderna. Tam-
poco la angustia, el aislamiento o la soledad
caracterizan la sensibilidad de sus persona-
jes. En la poética landeriana la redención se
encuentra cuando se actualizan los sueños,
es decir, cuando los seres llegan a ser lo que
son en potencia. La redención llega a través
de la palabra que se hace relato, que devie-
ne obra de arte: “La vida, de pronto, tiene
un argumento, y se parece mucho a una
novela” (Landero, 2001, p. 86).
Entiende Zubizarreta (1960, p. 142) que la
principal deficiencia de la metáfora basada en el
libro es que no da lugar en ella al tiempo de
manera imaginativamente concebible. En-
tonces, Unamuno opta por la novela de la vida
como la metáfora que expresa la temporalidad y
la autocreación del hombre. También la me-
táfora de la novela, y su correlato temporal,
participa de la poética landeriana:
En la vida diaria y objetiva, sin embargo,
no podemos omitir el tiempo anodino: lo
tenemos que vivir todo, minuto a minuto.
La vida, con su tiempo lento y a menudo
vulgar, se nos antoja a veces una suma de
peripecias irrelevantes. Pero si uno mira el
pasado entonces advierte una trama de
episodios significativos. La vida, de pronto,
tiene un argumento, y se parece mucho a
una novela: el tiempo gris ha desaparecido
[…] La vida, en el presente, es como un ta-
piz visto muy de cerca: no vemos sino las
minucias y accidentes del entramado […]
Así que la memoria selecciona y poetiza el
pasado, y convierte nuestra vida en una
obra de arte. (Landero, 2001, p. 86)
Los dos Pérez, Manuel de Landero y Au-
gusto de Unamuno, confunden realidad y fic-
ción. Son “hijos de” incontables familias de
personajes, todos vinculados y extensamente
difundidos como el apellido que portan. De-
trás del patronímico genérico se esconde una
confesión de Unamuno y de Landero: “por
supuesto, todo lo que digan mis personajes lo
digo yo…” (Unamuno, 1982, p. 126). El Pé-
rez de Landero no es augusto sino “Aguado”,
es decir, no infunde o merece gran respeto y
veneración por su majestad y excelencia, sino
186 | Cátedra Villarreal | V. 3 | No. 2 | julio-diciembre | 2015 |