Un siglo de puro cuento en el Perú:
Una pasión desbordante de imaginación
Maynor Freyre Bustamante1
1 Facultad de Ciencias Sociales
Universidad Nacional Federico
Villarreal mafb@terra.com.pe
| Recibido: diciembre 12 de 2014 |
Este artículo presenta un panorama algo apretado del
desarrollo del cuento en el Perú. De ninguna mane-
ra se trata de una visión crítica. Si existen algunas
omisiones se deben a la precariedad de la biblioteca del
au-tor, y jamás a cancelaciones de capilla, tan afines a
ciertos analistas literarios. Igualmente ha de suceder con
algunas nominaciones, tal vez producto de determinada
afinidad hacia el narrador. La literatura jamás está
exenta de pasio-nes. Y el cuento ha sido una pasión
vívida entre los lectores peruanos del siglo fenecido y
que tan bien han testimonia-do los cuentistas del Perú
del siglo XX. Volteemos la página del almanaque.
Tengo entre mis manos la edición 4 de la
publicación quincenal ilustrada La Novela Peruana del
2/3/23, don-de aparecen dos cuentos largos de Abraham
Valdelomar (1888) “El Caballero Carmelo” y “El camino
hacia el sol”, con los cuales se inicia prácticamente el
camino del cuento peruano no solo del siglo XX, sino que
se convierte en el primer hito de este género literario de
carácter verdadera-mente nacional. No me refiero, por
supuesto, a la edición citada; lo que deseo es dejar
sentado, desde un principio, que este recuento obedece a
un deseo --poco pudoroso-- de exponer mis propias
lecturas cuentísticas en público. Fallecido en 1919, a los
31 años de edad, Valdelomar fue indudablemente,
reiteramos, el iniciador del cuento mo-derno en el Perú.
Decimos esto porque en 1904 la Editorial Salvat de Bar-
celona publicó el libro de Clemente Palma (1872) “Cuen-tos
malévolos con prólogo nada menos que de Miguel de
Unamuno, amigo de su padre. En 1925 publicaría Clemen-te
Palma “Cuentos malignos”, pero es por el primer libro por el
que se le recuerda, especialmente debido a que in-trodujo las
cnicas del cuento moderno en el Perú, bajo la influencia de
Guy de Maupassant, Anton Chejov y Edgar Alan Poe. En
realidad fue todo un precursor de la narrati-va corta entre
nosotros, aunque sus narraciones estuvieran alejadas de su
paisaje y de su realidad, válidos para conje-turar la formación
de una literatura nacional (imaginemos a James Joyce sin su
Dublín, a Marcel Proust sin su París o a Chejov sin su Rusia).
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Maynor Freyre Bustamante
Un año después del deceso de Abraham
Valdelomar, en 1920, conmociona el mundo
literario nacional la primera edición de “Cuen-
tos andinos de Enrique López Albújar, un
hombre de leyes chiclayano nacido en 1872,
como se ve mayor que el mentor del Grupo
Colónida. Este libro de relatos de López Albú-
jar da una visión del indígena peruano y sus
ediciones se multiplican habiendo alcanzado su
sexta edición en 1971. En 1937 sacó a la luz sus
“Nuevos cuentos andinos” que en 1972 lle-
vaban ya tres ediciones. Su literatura es violen-
ta y directa y su indio, real y telúrico.
En 1924 se publica en Madrid “La ven-
ganza del cóndor”, cuentos de Ventura García
Calderón, a quien en esa misma ciudad le edi-
tan sus “Cuentos peruanos”. A pesar de que el
indio peruano de García Calderón es conside-
rado como un ser disminuido humanamente,
su prosa no deja de ser deliciosa y cautivante.
Nuestro caro César Vallejo obtuvo el 15
de diciembre de 1921 el Premio Nacional de
Cuento convocado por la Sociedad Cultural
Entre Nous con su relato “Más allá de la vida
y la muerte”, el que estaría incluido en su
libro de cuentos “Escalas”, aparecido en
1923, antes de viajar a París. Ese mismo año
de 1923 pu-blicó en el Perú su novela “Fabla
salvaje y en 1931 en Madrid su segunda
novela, “El tungs-teno”. De inéditos cinco
cuentos más, entre ellos el genial “Paco
Yunque”, hoy ya todos ellos impresos.
José Diez Canseco surgió en 1930 como
cuentista, y en 1932 ganó un Concurso Inter-
nacional de Cuentos convocado por el diario
La Prensa de Buenos Aires con Jijuna”, que
se enfrentó a 30 mil competidores. Pero es su
libro de cuentos “Estampas mulatas”, con
apenas ocho relatos, contando con el galar-
donado, el que lo ha convertido en uno de los
mejores cuentistas peruanos del siglo XX, es-
pecialmente por “El trompo”, cuento obligado
en toda antología que se precie de seria.
Manuel Beingolea (1881-1953) aunque se
iniciara tempranamente en 1897 como
nove-lista con “La hija del exministro”,
escrita bajo la influencia de Emilio Zola,
recién en 1935 publica sus “Cuentos
pretéritos” conque ha pasado a la historia de
la narrativa peruana del XX, donde figuran
los cuentos “Mi corbata” e “Historia de un
tambor”, tantas veces antolo-gados.
Sobre el Ciro Alegría novelista sobran ar-
gumentos, pese a la ingratitud con que lo ha
tratado la crítica evaluadora de la narrativa
peruana del XX. Habiéndose lanzado al rue-do
literario en 1935 con “La serpiente de oro”, solo
en 1965 dio a la imprenta su primer libro de
cuentos, “Duelo de caballeros”, para luego
editar “La ofrenda de piedra” y póstumamente
(1980) “Siete cuentos quirománticos”. Verdad
que solo el cuento “Calixto Garmendia” basta-
ría para su figuración entre los mejores cuen-
tistas del siglo.
En cambio él a no dudarlo mejor
narrador peruano del siglo XX, José María
Arguedas, se da a conocer con el libro de
cuentos titulado lacónicamente “Agua” que
contenía siete na-rraciones cortas, entre las
cuales estaba “War-ma kuyay”. Una belleza
de cuento constante-mente antologado.
Aunque aparecido en 1957, tras una lar-ga
espera desde 1927 cuando se perdieran los
originales en la imprenta, “El pez de oro” de
Gamaliel Churata contiene una colección de
textos que deben ser considerados como
cuentos contra la opinión de los ortodoxos.
Mas ningún antólogo se ha atrevido a
seleccio-narlos, salvo en “El cuento puneño”,
recopila-ción hecha por José Portugal
Catacora, donde lo hace figurar con su
nombre civil de Arturo Peralta, y con un
cuento clásico: “El gamonal”, cuando el
literato Gamaliel Churata, primera figura del
Grupo Orkopata, es ante todo un vanguardista
que no perdió de vista lo nacio-nal.
Justamente, es necesario resaltar la selec-
ción de “Narrativa peruana de vanguardia
(Documentos de Literatura Nros. 2/3, Abr.-
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Un siglo de puro cuento en el Perú: Una pasión desbordante de imaginación
Dic. /93) Realizada por Jorge Kishimoto, don-
de también figura Churata al lado de Abraham
Valdelomar, José Carlos Mariátegui, César
Falcón, Magda Portal, Mario Chabes, Sera-fín
Delmar, Alberto Hidalgo, Ángela Ramos.
Adalberto Varrallanos, Nestor Martos, Mar-
tín Adán, Julio del Prado, María Wiese, César
Vallejo y Xavier Abril. Como se puede apre-
ciar, toda una pléyade de escritores, unos más
vanguardistas que otros, sobresaliendo en esta
rama Churata, Martín Adán, Julio del Prado
Nestor Martos, Varallanos, Ángela Ramos y
María Wiese, junto al excelente Xavier Abril.
Arturo Hernández (1903), el novelista de la
selva amazónica peruana (“Sangama” y “Selva
trágica”) publicó un volumen titulado
“Tangarana y otros cuentos” que reúne trece
relatos, tres de ellos traducidos al inglés, ale-
mán y portugués: “El animal sobre sus patas
traseras”, “La cantora del Huallaga” y “Pánico
en el aire”. Sus cuentos recibieron, al igual que
sus novelas, el espaldarazo internacional.
Otro narrador selvático destacado, Fran-
cisco Izquierdo Ríos, fue sobre todo un mag-
nífico cuentista con múltiples libros publica-
dos. Bastaría que hubiera escrito apenas “El
bagrecico para ingresar a cualquier antología
universal del cuento infantil, adaptado al video
en versión inglesa, como también bellamente
publicado en edición bilingüe español-inglés.
La amazonía peruana nos abrió sus secre-
tos a muchos jóvenes de los 50 leyendo
“Doce relatos de la selva” de Fernando
Romero, cuya primera edición salió en 1934
bajo el nombre de “Doce novelas de la selva”,
versión más ade-lante corregida y aumentada.
Como nota curiosa, cabe señalar que justo en
1920 la revista Hogar, antecesora de la fa-mosa
revista Mundial que estaba dirigida por el
periodista Gastón Roger (Ezequiel Balarezo
Pinillos, en realidad), convocó a un grupo de
escritores, entonces muy jóvenes, a redactar una
novela que iría apareciendo por capítulos en la
edición mensual de la revista. Luis Al-
berto Sánchez al publicarla íntegra en 1967 la
bautizó como “Una novela limeña”, pero en
realidad se trata de trece cuentos escritos
sobre algunos personajes comunes. El 1ro. lo
escri-bió José Gálvez, el Poeta de la Juventud;
Luis Alberto Sánchez hizo el 5to., Raúl Porras
Ba-rrenechea el 7mo.; Manuel Moncloa
Ordóñez el 8vo.; Félix del Valle (muy buen
narrador) el 11mo.; Gastón Roger el 12mo., y
el último le correspondió al inhallable Luis
Fernán Cisne-ros. El intento tuvo más valor
de anécdota que literario.
Los innovadores de la segunda mitad del XX
En 1957 el cuento urbano recién se va a po-
ner los pantalones largos con “Los gallinazos sin
plumasde Julio Ramón Ribeyro, libro con el
cual se inaugura el cuentista peruano por
antonomasia. En 1958 le siguen los “Cuentos de
circunstancias”, apenas diez textos, y en la
colección Populibros que dirigiera Manuel
Scorza salen “Las botellas y los hombres”, para
inmediatamente después darnos sus “Tres
historias sublevantes”. Más adelante aparecerá
“La palabra del mudo” en sus varios tomos y
libros como “La caza sutil”, “Desde la otra ri-
bera y “Sólo para fumadores”, aparentemente
inclasificables pero donde la garra del cuentis-ta
se muestra en toda su dimensión.-, además del
bello “Silvio en el rosedal”.
Para 1961 asoma otro libro de cuentos
fundamental en la narrativa peruana: “Los
inocentesde Oswaldo Reynoso, que luego
Populibros editara añadiéndole el nombre
de “O Lima en rock” y con una tirada de 40
mil ejemplares. Los cinco cuentos del libro
inician el relato de patota de barrio limeño
que ten-dría seguidores hasta nuestros días.
Lastimo-samente Reynoso no publicaría
más cuentos en lo que va del siglo, aunque
sí cuatro exce-lentes novelas.
Casi paralelamente, por esa época, Mario
Vargas Llosa sorprende con “Los jefes”, único
volumen de cuentos escrito por nuestro gran
novelista, donde ya se vislumbraba al gran
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Maynor Freyre Bustamante
narrador peruano de enorme resonancia
in-ternacional.
Enrique Congrains es el primer peruano en
abordar el mundo marginal de las barria-das
urbanas con “Lima, hora zero”, testimonio
patético de nuestro tiempo. Esto fue en 1954,
prosiguiendo con “Kikuyoen 1955 y su no-
vela, también marginal, “No una, sino muchas
muertes en 1957. De allí publicará
únicamen-te un cuento más: “Domingo en la
jaula de es-tera”, para caer luego en un
mutismo lamenta-ble para las letras peruanas.
La narrativa breve nacional se vio conmo-
vida en 1954 con la edición de “La batalla y
otros cuentos de Carlos Eduardo Zavaleta,
formada por apenas seis relatos. Al transcurso
de los años su estirpe de cuentista se acentúa,
y es hasta nuestros días el creador de cuentos
más prolífico del Perú, pues enseguida de que
Lluvia Editores le publicara en 1957 doce vo-
lúmenes de sus “Cuentos completos”, nos
hizo entrega de “Abismos sin jardines” en
1999, conteniendo trece nuevas narraciones
cortas y siete brevísimas.
Corría el año 1953 cuando la narrativa pe-
ruana se iluminó con la presencia de “Nahuín
(significa en quechua “sus ojos”), un puñado de
ocho exquisitos cuentos narrados a través de la
fabla popular andina hecha poesía por Eleodoro
Vargas Vicuña. Para 1963 Populi-bros nos
regala con “Taita Cristo”, ocho relatos de
idéntica factura, los cuales se fusionarán con los
cinco relatos de “El cristal con que se mira” para
en 1976 darnos la versión completa de los
cuentos de Vargas Vicuña bajo el títu-lo de
“Ñahuin”. Se trata de la más alta voz de la
cuentística peruana del siglo XX, según mi claro
entender.
En la década del 50 Sebastián Salazar
Bondy publica “Náufragos y sobrevivientes
y “Pobre gente de París” y en su quinta serie
Populibros reúne sus mejores cuentos bajo el
nombre de “Dios en el cafetín”. Su temática
merodea el mundillo clasemediero peruano
y la vida de los latinoamericanos en el
exilio europeo, y como en toda su literatura
usa un lenguaje directo y cáustico.
Con “El avaro y otros textos”, al que sigue “El
sol de Lima”, Luis Loayza es consagrado como un
exquisito en la redacción de textos cortos, los
cuales son complementados con “Otras tardes”,
editado por Mosca Azul en 1985. Su prosa expone
una tersura sin igual y gran transparencia en medio
de una mesurada so-briedad, algo inusual en los
narradores perua-nos, generalmente tendientes al
barroquismo.
En 1968, luego de haber movido el cotarro
literario con su novela “El retoño”, Julián
Hua-nay da a luz “Suburbios”, donde con una
fina prosa nos introduce el cuentista por el
mundo de la miseria urbana y dentro del
tétrico mun-do de los miserables. Lástima que
no conti-nuara su obra.
Alfredo Bryce irrumpe con “Huerto ce-
rradoen 1968, publicado nada menos que por
la editorial barcelonesa Barral, en el cual figura
el genial cuento “Con Jimmy en Pa-racas”.
Mosca Azul le edita en 1972 “Muerte de Sevilla
en Madrid (dos años después que apareciera su
novela “Un mundo para Julius) y en 1984 reúne
todos sus cuentos escritos hasta ese momento en
“La felicidad ja, ja”. En 1995 se publican sus
“Cuentos completos”, que dejan de serlo al
darnos en el último año del siglo su “Guía triste
de París”, catorce cuentos aparentemente
experimentales, pero más bien producto de
experiencia y madurez.
Ese mismo año de 1968 otro importante
cuentista, José Adolph, hace su aparición con
“El retorno de Aladino”, renaciendo así en el
Perú la literatura fantástica con este autor que se
lanza con un rush impresionante de pu-
blicaciones: “Invisible para las fieras” (1971),
“Hasta que la muerte” (1972), “Cuentos del
relojero abominable” (1973) y “Mañana fui-mos
felices(1974), a la vez que va arrasando con
cuanto premio se pone en su camino. Diez años
después publica “La batalla del café”, con-
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Un siglo de puro cuento en el Perú: Una pasión desbordante de imaginación
sagrándose como uno de los escritores
más interesantes de América Latina.
Felipe Buendía es también cultor del cuen-to
fantástico peruano, aunque tardó mucho en
compilar sus galardonados cuentos, premia-dos
en Guipúzcoa y Tenerife --España--, bajo dos
títulos: “El claustro encantado” y “Cuentos de
laboratorio”, este último aparecido en 1987. El
barroquismo onírico prima en sus extrañas y
subyugantes narraciones.
Las ricas innovaciones del Grupo Narración
Cuando sale a circulación el Nº 2 de la re-
vista Narración en el mes de julio de 1971, una
nueva etapa narrativa surge en el país. Dos años
antes su director, Miguel Gutiérrez, ha-bía
publicado “El viejo saurio se retira”, una novela
que dejaba entrever una nueva manera de contar
entre nosotros. Quienes publicaran relatos en
ese número de Narración van pre-sentando sus
libros, así en 1975 el chinchano Antonio Gálvez
Ronceros, quien en 1962 dio a conocer “Los
ermitaños”, edita “Monólogo desde las
tinieblas”, texto emblemático de la narrativa
afroperuana. Paralelamente, el mis-mo año, el
nasqueño Gregorio Martínez sor-prende con
“Tierra de caléndula”, otra mues-tra de la gran
influencia que la raza negra ha tenido en la
costa peruana. Sendos libros de alta categoría
estilística.
Augusto Higa, escritor de ascendencia ja-
ponesa, nos muestra la integración de esta co-
rriente migratoria a la vida nacional con “Que
te coma el tigre(1977) y luego con “La casa
de Alba Celeste”. En 1978 otro componente
del Grupo Narración, Roberto Reyes Tarazo-
na, insurge con “Infierno a plazos”, para mu-
chos años después, 1992, entregarnos “En co-
rral ajeno”. Los dos cuentistas citados asumen
las historias de patota y el lenguaje barrial
con sumo acierto.
Antonio Gálvez Ronceros, de quien se
publicaran dos ediciones más de su segundo
libro y otra nueva del primero, publica uno
tercero: “Historias para reunir a los hombres”.
Gregorio Martínez imprime en 1985 otro vo-
lumen de cuentos, “La gloria del piturrín y
otros embrujos de amor”. Si alguien ha segui-
do fiel al cuento con inigualable maestría ha
sido Antonio Gálvez Ronceros, quien ya hizo
crecer su “Monólogo desde las tinieblas” con
nuevos y deliciosos cuentos. Siguiendo la ruta
del sur peruano, aparece José Hidalgo ondean-
do “Las cometas del paraíso de los suicidas” y
sus “Cuentos al pie del mar”; libros ambos
lau-reados como varias de sus posteriores
novelas escritas; realista que busca siempre
nuevos ca-minos expresivos, es un narrador
en continua búsqueda de la perfección.
Un punto aparte merece otro miembro del
Grupo Narración, Nilo Espinoza Haro, quien
pacientemente fue elaborando sus pulidos
cuentos para en 1983 editar en México su “País
de papel”. En 1987 nos deleitó con su “Azaroso
inventario de las visiones, testimonios y recor-
datorios de Chinchinchín en la Ciudad de los
Reyes”, y en 1991 nos dejó escuchar su “Sonata
de los espectros”. Se trata de un narrador úni-co
en su género entre nosotros.
Nuevos provincianos y realismo sucio
Los que se creen los últimos vestigios del
indigenismo narrativo peruano se dan en 1980,
cuando aparecen “Los perros vagabun-dos de
Manuel Robles Alarcón, que en su pri-mera
edición de 1939 había circulado bajo el título de
“Sombras de arcilla”. En 1982 el cus-queño
Ángel Avendaño publica cuatro relatos
testimoniales con el título de “Historias de Mesa
Pelada”, teniendo como referencia a los años
previos al estallido guerrillero de 1965 en el
valle cusqueño de La Convención.
Recurriendo a ese estilo testimonial otro
cusqueño, Luis Nieto Degregori, crea una saga
cuentística sobre la violencia de los años 80 con
“Harta cerveza y harta bala”(1987), “La jo-ven
que subió al cielo (1988), “Como cuando
estábamos vivos” (1989) y “Con los ojos siem-
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Maynor Freyre Bustamante
pre abiertos(1990). Sus posteriores cuentos
tomarán otra línea, concretamente la de tema
histórico. Los diversos galardones obtenidos
por Nieto Degregori dicen de su calidad.
Enrique Rosas Paravicino (Cusco 1948),
autor de una bien lograda novela, “El gran
señor”, en 1988 publica su primer libro de
cuentos, “Al filo del rayo”, con lenguaje
directo y estilo realista y regionalista. Diez
años des-pués, en 1998, reaparece en el cuento
con “La ciudad apocalíptica”, diez relatos que
bucean en la historia tras la búsqueda de una
explica-ción para el presente.
Otro autor destacado es Mario Guevara
(Cusco 1956), quien también en 1988 surge
en la cuentística con “El desaparecido”,
peque-ño libro que deja vislumbrar un
narrador de garra. Una década después, con
otro abigarra-do volumen intitulado “Cazador
de gringas y otros cuentos”, corrobora lo
antedicho, mos-trando una narrativa diáfana,
de viejo ofician-te, a pesar de su breve obra
creativa. “Cazador de gringas...” lleva varias
ediciones, una de ellas traducida al inglés.
Dos libros de cuentos ligados al indigenis-
mo, “Los ilegítimos” de Hildebrando Pérez
Huaranca y “Color de ceniza y otros cuentos
de Víctor Zavala, son publicados en 1980 y
1981, respectivamente, cerrando al parecer el
ciclo iniciado por López Albújar en 1920.
Dante Castro Arrasco, ganador del Premio
Internacional Casa de las Américas en 1992,
aparte de otros galardones nacionales de im-
portancia, empezó con “Otorongo y otros
cuentos(1986), “Parte de combate” (1991) y
“Ausente medusa de cenizas”. Le editan en
Cuba, luego, “Tierra de pishtacos” (1993) y
en Lima “Cuando hablan los muertos” (1997).
Sus temas tienen que ver con la selva peruana
pero también con los tiempos de insurgencia.
Es todo un narrador de punche.
De otro lado, tenemos a Fernando Ampue-
ro, quien es uno de los “Nuevos nuevos” que
publica un par de cuentos, junto al de otros dos
autores, en breve libro que data de 1971. Al año
siguiente, 1972, imprime “Paren el mun-do que
acá me bajo y en 1974 su novela “Ma-
motreto”. Pero es en 1975, con la aparición de
“Deliremos juntos”, que se hace conocer como
buen cuentista, al exhibir un lenguaje desenfa-
dado, muy ligado a los ensueños incitados, tan
en boga por los 70. Autor de un par de nove-las,
prosigue cultivando el cuento con “Malos
modalesy bastante éxito no sólo en el ámbito
nacional. Es el adalid de una corriente narra-tiva
a la que se han sumado Guillermo Niño de
Guzmán (Lima, 1955), con cuentos bastan-te
logrados, como los reunidos en “Cabellos de
medianoche”, “En el camino” y, sobre todo, en
“Una mujer no hace verano”. Alonso Cue-to,
aséptico y atildado narrador (Lima, 1954),
aunque destaca más en la novela, ha editado dos
interesantes libros de cuentos: “La batalla del
pasado” y “Los vestidos de una dama”.
En 1981 Alejandro Sánchez Aizcorbe
nos ofrece su “Maní con sangre”, al que
sigue un curativo “Jarabe de lengua”. De un
narrar ale-gre y dicharachero, de mucha
agilidad y hu-mor, calza perfectamente en
el cuento, aunque ahora se haya dedicado
en cuerpo y alma a la novela.
Tal como también calza Cronwell Jara,
quien premiado permanentemente por sus
narraciones cortas, asombró en 1980 con su
cuento “Hueso duro” y en 1981 con “Monta-
cerdos(¿novela corta o cuento largo?). Mas
es con “Las huellas del puma” (1986), hoy en
tercera edición, que se consagra como un
magnífico contador de historias breves, tal
como lo corrobora en e1990 al publicar “Babá
Osaim, cimarrón, ora por la santa muerta” (re-
latos) y “Don Rómulo, cazador de cóndores
(cuentos). Al lado de Cecilia Granadino pu-
blica “Las ranas embajadoras de la lluvia”, un
buen conjunto de relatos recogidos de la isla
de Taquile, ubicada en medio del lago
Titicaca. Como buen piurano, Jara es un
contador nato de cuentos.
Y hablando del caluroso norte peruano,
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Un siglo de puro cuento en el Perú: Una pasión desbordante de imaginación
es imposible no recordar los “Cuentos del tío
Lino”, recogidos de la literatura oral por el tam-
bién brillante pintor Andrés Zevallos (1916),
primero solo en número de quince y que hora
suman treinta y uno gracias al empeño del re-
copilador. Dicen que el tío Lino existió de a de
veras a fines del siglo XIX en Contumazá, Ca-
jamarca, y que reunía entre siembra y siembra a
niños y mayores y les contaba lo que había
ocurrido. Aparte del autor mencionado, otros
recogieron estos cuentos, entre ellos el poeta
Mario Florián. Pero la versión de Andrés Ze-
vallos tiene seis ediciones, lo cual da respeto a
su autoría. Si no, léanla.
Otro cajamarquino que cultiva el cuento es
Teófilo Gutiérrez, quien recoge el espíritu de
la provincia, sobre todo de los pequeños y
apartados villorrios. Luego de hacerse de va-
rios galardones, en 1995 publicó “Tiempos de
Colambo”, siete cuentos muy bien elaborados.
Eduardo Gonzales Viaña, liberteño (Che-
pén, 1941) dueño de una prosa juguetona,
plagada de sueños y aparentes alucinaciones...
“Los peces muertos” y Batalla de Felipe
en la casa de las palomas”, aparte de una
copiosa creación novelística, lo colocan a
la vanguar-dia del realismo mágico en la
literatura perua-na.
Otro liberteño de alta calidad narrativa es
Juan Morillo Ganoza (Pataz, 1940), quien con
Los arrieros”, su primer libro de relatos, ya
causara asombro. Sus muy posteriores obras
publicadas no han hecho sino corroborar su
valía literaria, hilada a partir de un lenguaje
recogido en el pequeño pueblo andino donde
transcurriera su infancia. Escribe con el len-
guaje de los abuelos.
El médico Ángel Gavidia, de Santiago de
Chuco (1953), tierra vallejiana, tiene “Aque-llos
pájaros”, trece cuentos breves de atmósfera
rulfiana y seguidora del rico lenguaje de Eleo-
doro Vargas Vicuña. Sus relatos se caracteri-zan
por una frase bruja, una piedra de toque,
anunciando el turbión que arriba tratando de
arrasarlo todo, hasta que el agua se
esfuma como por encanto.
“El hombre de talco” se titula otro breví-
simo libro de relatos que nos hace levitar con
una narrativa apoetada donde lo insólito se
hace común y cotidiano. Logrando integrar-
nos a un mundo mofletudo de tiovivos que
ruedan sobre un círculo de tiza. Ironía, humor
negro y desfachatez lingüística arman este
rompecabezas narrativo
Desde Huanta, Ayacucho, Porfirio Mene-
ses (1916), narrador de la Generación del 50,
se inauguró con “Cholerías” en 1946 y en
1954 produjo “El hombre oscuro y otros
cuentos”. En 1965 ganó el Premio Nacional
de Narra-ción con “Sólo un camino tiene el
río”, libro que publicaría diez años después,
en 1975. Se le considera un escritor
expresionista y regio-nalista. En buena hora.
También ayacuchano, Julián Pérez ha
pu-blicado los libros de narrativa corta
“Tran-seúntesy “Tikanka”, desde donde
ya dejaba vislumbrar su pericia literaria
demostrada en sus posteriores novelas.
Realista no deja de asombrarnos por la
ternura impresa a lo duro de sus relatos.
Puneño de corazón y abanquino de naci-
miento (1944), basta su “Amarillito amari-
lleandopara dejar una impronta en la narra-
tiva peruana del siglo veinte. Es un excelente
experimentador de las técnicas modernas que
va aplicando a cada uno de sus relatos, sin de-
jar de trabajar un bullente lenguaje sincrético
surgido en el mestizaje andino.
Un escritor de la misma generación de
Porfirio Meneses, el chancayano Jorge Ortiz
Dueñas (1917-1987) recién en 1993 reunió un
conjunto de cuentos bajo el título de “La luz
prometida”; valiéndose de un estilo pos-
modernista ubica sus argumentos en Chan-
cay, Huacho y Huaral, parte del llamado Norte
Chico, en referencia a Lima Metropolitana.
Encontramos en estos cuentos no solo el alma
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del habitante costeño vecino a Lima, si que
nos da el habla simple y singular del hombre
de la campiña costeña. Pluma tierna que con-
mociona al lector la de Ortiz Dueñas.
Dos años antes, el huancavelicano Antonio
Muñoz Monge (de Pampas, Tayacaja), dentro
del mismo tono de ternura y adoptando para sus
escritos el rico castellano arcaico de los
pequeños pueblos andinos, aún usado en sus
tertulias por los mestizos blancos que los habi-
tan, publica “Abrigo esta esperanza” (1991), al
que sigue “El patio de la otra casa (1992), “Nos
estamos quedando solos(1998) y La casa de
Mercedes (1999). Libros de muy buena fac-
tura literaria que lastimosamente no han sido
valorizados en su verdadera dimensión.
Tulio Carrasco, huancavelicano también,
integrante de la Generación del 50, reeditó La
escalera”, libro de cuentos con el cual destaca-ra
al iniciarse la segunda mitad del siglo XX. De
estilo punzante no exento de humor, es un
escritor de quien se sigue esperando amplíe su
escueta obra para deleite de sus amigos.
A Carlos Thorne le bastó su libro de cuen-
tos intitulado “Mañana Mao”, para abrirse paso
entre los más destacados narradores peruanos
reconocidos en el extranjero, aunque dígase de
paso que fueron sus novelas posteriores las que
le abrieron ese merecido camino.
Dueño de un lenguaje andino, tal Mario
Florián en la poesía, Félix Huamán Cabrera es
un fuerte baluarte de los seguidores del indi-
genismo, pero con sus propias alternativas. Su
narrar transcurre como el discurrir de los ríos en
el ande peruano, a veces un susurro que nos
canta al oído capaz de tornarse en un bronco
sonido atronador que va arrasando con todo a su
paso. Tiene en su haber varios volúme-nes de
cuentos, empezando por “Agomayo, río de
arena en 1970, el cual reeditara corregido y
aumentado en 1981. En 1972 publica dos
cuentos largos con el título de Los carhui-nos”.
“El toro que se perdió en la lluvia” data de 1983,
“Pájaro sin alas” del 86 y “Silbido en
el maizalde 1989. Sus paisajes son la serranía
de Canta, donde nació, y el valle del Mantaro,
donde residiera durante muchos años.
Desde el mismo valle del Mantaro Carlos
Villanes Cairo, nacido en Yauli, La Oroya, re-
sidente en España, en la actualidad, en 1973
nos brindó su libro titulado “La flagelación de
Toribio Cangalalla”, cuentos escritos con
mucha madurez que hacían predecir obras
posteriores que no sabemos si llegaron a con-
cretarse, aunque conocemos de algunas pu-
blicaciones suyas hechas en España, mas no
arribadas por estos lares.
César Vega Herrera, reconocido drama-
turgo arequipeño, es un narrador que produ-
cía maravillosos cuentos para niños como “El
genio de la quebrada (1985), “El soldadito
de molle (1987) y “La riqueza del cerro
Tullu (1989). En su Arequipa natal editó
“Muerte de un ángel” en 1968, libro
compuesto por seis cuentos de corte realista.
En el cálido valle de Hnuco se dio la
producción de tres cuentistas de primer ni-vel:
Samuel Cardich, autor de “Malos tiem-
pos”(1986) y “Tres historias de amor”, un grupo
de hermosos relatos escritos con suma maestría
no exenta de pasión. Viene luego An-drés
Cloud, merecedor de múltiples premios por sus
cuentos, quien en 1986 nos entregó “Usted
comadre debe acordarse”, siete relatos
vinculados por un tono nostálgico y por la
profunda tristeza que embarga a sus perso-najes.
El tercero es Mario Malpartida, limeño afincado
en Huánuco, quien se dio a conocer con “Pecos
Bill y otros recuerdos (1986), en-tregando
luego Un bolero más y otras cancio-nes del
recuerdo (1988) y finalmente “Cerco y
soledades(1990); sus cuentos son de esquina,
de callejón limeño, del barrio donde la música
romántica popular deja su impronta en cada
generación, aunque su prosa no se exima de una
sutil nota de humor en medio de una mal
disimulada sensibilidad social.
Retornando a Huancavelica, otra vez por
Tayacaja, encontramos a Zein Zorrilla y su
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Un siglo de puro cuento en el Perú: Una pasión desbordante de imaginación
“¡Oh generación!, la que nos hace penetrar en
una atmósfera narrativa densa, casi de arcano,
donde va rompiendo la bruma que envuelve a
sus oscuros personajes para darnos de ellos un
perfil rodeado de misterio inescrutable.
“La piedra bruja” de Danilo Sánchez
Lihon nos cayó en 1996 desde el Santiago de
Chuco vallejiano. Relatos estos de la infancia
santia-gochucana del autor donde la palabra
del poe-ta acompaña a la historia narrada.
Antes nos había deleitado con sus “Mil y una
hogueras”, relatos recontados de narraciones
orales reco-gidas de la zona del río Ucayali,
trabajados con laboriosidad y buen gusto.
Con la misma laboriosidad Luis Urteaga
Cabrera depura su lenguaje, cincelando cada
frase de los deslumbrantes cuentos de “Una
llama en el viento (1996). Antes, en 1991,
pu-blicó “El universo sagrado”, y en 1995
“Fábulas de la tortuga, el otorongo negro y
otros anima-les de la Amazonía”, donde
también se luce su fino estilo narrativo.
Esto nos sirve para no olvidar al amazónico
Jorge Acuña Paredes, quien en 1976 recopila en
“Cuentos de la calle” los relatos que venía
editando en un viejo mimeógrafo para ven-
derlos en la Plaza San Martín o el Parque Uni-
versitario de Lima mientras ofrecía funciones de
pantomima al aire libre. Contador de his-torias
nato, traslada la oralidad a sus escritos, dándoles
un certero toque de irónico humor contra los
poderosos y los mandones de siem-pre.
También aborda los temas de su Amazo-nía con
poderosa imaginación.
Arnaldo Panaifo Texeira, iquiteño como
Acuña, es un prolífico productor de cuentos
ambientados en su tierra, y su narrativa está
poblada por el habla regional selvática. Su
pri-mer libro fue “Cuentos y algo s
(1981), seguido por “El pescador de
sueños (1982). Luego fueron apareciendo
una docena más de títulos.
El sanmartinense Juan Rodríguez Pérez
nos dejó escuchar su “Sinfonía de ilusiones”
(1995), breves cuentos de atmósfera, donde la
lluvia y la fronda, el río y el canto isócrono e
interminable de grillos, sapos y otros especi-
menes de la rica fauna selvática parecen secar
el alma de aquellos habitantes que se niegan a
dejar sus pagos. Este tenso narrar se acentúa
en “Nunca me han gustado los lunes” (1998).
Para entrar al departamento de Ancash hay
que hacerlo por el puerto de Chimbote con
Julio Ortega, quien en 1966 editó “Las islas
Blancas”, con una segunda edición revisada
en 1994; se trata de logrados relatos sobre la
épo-ca del boom pesquero enfocados como
críti-ca social pero con alto sentido humano,
antes que político. Ortega obtuvo el premio
Copé de cuento en 1981 y reside en EE.UU.
como pro-fesor de la Universidad Brown. En
1986 publi-có dos novelas cortas, “Adiós
Ayacucho” y “El oro de Moscú”.
El chimbotano Antonio Salinas, fallecido
en Francia hace unos años, de“El bagre par-
tido”, libro de cuentos de gran vitalidad don-
de ensaya diversos estilos de acuerdo con la
temática que desarrolla en el relato, donde la
tragedia social siempre está presente.
Impulsor literario cuando residía en Chim-
bote, Oscar Colchado publicó en 1981 “Del
mar a la ciudad”, cuentos puramente chim-
botanos trabajados con diversas técnicas. Ga-
nador luego de importantes concursos nacio-
nales de narrativa, es con “Cordillera negra
(1985) que se revela como un alto exponente
de los relatos mítico reales enfocados desde
un pensamiento y un lenguaje netamente an-
dinos, donde lo mitológico se entrevera con la
realidad cotidiana de esos elevados parajes.
También tenemos tratando ese mundo, pero
con otro enfoque, a Edgardo Rivera Mar-tínez,
quien publicara “El unicornio” (1964),
“Azurita” (1978) y “Enunciación” (1979), dán-
dose a conocer más ampliamente al ganar el
concurso de cuentos de las Mil Palabras 1982,
convocado anualmente por la revista Caretas,
con “El ángel de Ocongate”. Una encuesta de
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Maynor Freyre Bustamante
la revista Debate lo consideró el mejor
narra-dor de la última década por su
novela “El país de Jauja”.
“El que pestañea muere” es el sugerente tí-
tulo del libro que en 1981 imprimiera Carlos
Calderón Fajardo mostrando de arranque una
madurez narrativa envidiable. En 1988 entre-
ga “El hombre que mira el mar”, ensayando
en esta oportunidad una mezcla de literatura
rea-lista y fantástica, lo cual da una especial
origi-nalidad a sus cortos relatos.
Siu Kam Wen tiene dos libros de cuentos
publicados, pero solo hemos podido acceder
a “La primera espada del imperio”, donde
den-tro de esa corriente de todas las sangres
preva-leciente en el Perú, vemos a la fusión
peruana surgir de su fina pluma.
Empezó con los angustiados relatos titula-
dos “Horas contadas” en 1988 y en 1994,
luego de radicar varios años en España, Jorge
Valen-zuela nos entregó “La soledad de los
magos”, donde enfoca con cuidada técnica
narrativa la época que le tocara vivir a la
juventud finise-cular del XX.
Oscar Araujo lanzó recién en 1998, con el
sello de la Editorial San Marcos, “La noche de
los murciélagos”, donde con trazos agobiantes y
respiración casi asmática relata las aventuras de
los fantasmas de la cotidianeidad. “Y si des-
pués de tantas palabrasse llama el inubicable
librito que publicara en 1989.
Algo similar nos ha sucedido con
Gonza-lo Mariátegui, de quien poseemos
“La escale-ra de caracol”, publicación de
Walter Noceda Editores de 1998. Cultiva
la prosa fantástica con solvencia, pero no
hemos podido ubicar su primer volumen
de cuentos, “La cuerda flo-ja” (1996).
En 1989 Javier Arévalo surge con “Una
trampa para el comandante”, cinematográfi-
cos relatos que semejan fotografías tomadas a
la realidad cotidiana reveladas con ácido hu-
mor. Ocho de estos relatos en conjunción con
cuatro nuevos cuentos y un ensayo conforman
“Previo silencio” (1997). El autor utiliza el
len-guaje popular y periodístico para
meternos con ironía dentro de un realismo
sucio. Es considerada una de las mejores
voces de la na-rrativa joven nacional.
Carlos Orellana produjo “No todos los
días se cazan elefantesen 1994, cuentos
fres-cos, sencillos, divertidos y al mismo
tiempo de profunda agudeza. Su estilo
trasluce la in-fluencia del cine.
Galardonado con premios varios,
Reynal-do San Cruz apareció en 1990 con
“La muerte de Dios y otras muertes”, y en
1998 imprimió “El evangelio según Santa
Cruz”, con estilo desenfadado y
desafiador, pero sumamente cuidadoso.
Dentro del realismo sucio destacan los
cuentos de Sergio Galarza, que a los
veinte años irrumpió con su “Matacabros
(1996), al que no deja de darle un aliento
de poesía en medio de un ambiente que
describe la cultu-ra de la violencia
imperante entre los grupos barriales.
Rafael de las Casas es otro joven que
con el aval de un colofón de Luis Jaime
Cisneros sacó sus “Escritos barrocosen
1997, hacien-do gala de que el
experimentalismo no debe divorciarse de
la pulcritud, la concisión y la claridad.
En 1998 la Editorial San Marcos publica
“Agüita ‘e coco”, un conjunto de relatos testi-
moniales escritos por el poeta Juan Cristóbal,
mediante los cuales se revela un cáustico cuen-
tista experimentador de la palabra a partir de
una oralidad recogida tras largas conversacio-
nes. En el cuento peruano, que sepamos, es el
primero en experimentar este tipo de trabajo,
del cual el autor sale más que airoso. Aunque
Gabriel Rimachi haya escogido convertirse en
“El cazador de dinosaurios” corriendo trastra-
billante tras los pasos de Mario Vargas Llosa
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Un siglo de puro cuento en el Perú: Una pasión desbordante de imaginación
No podía faltar en este recuento un narra-
dor horazeriano como Miguel Burga, quien
nos dejara con la miel en los labios después
de su “Balance de traiciones” (1983). Fallas
en la edición, ajenas al autor, no permitieron
su libre circulación, convirtiéndose en un li-
bro para ser leído por sus amigos. Una nueva
edición, corregida y aumentada, está ya anun-
ciada. Vale la pena por el trato experimental y
novedoso de las narraciones de Burga, donde
la calle prima como ambiente y lenguaje.
Como penúltimo espacio hablaremos de
los “extranjeros” que publican en el Perú,
como Patrick Rosas, residente parisino,
paseándose orondo con “Un descapotable en
invierno repleto de cadáveres cuya muerte
no es nada esplendorosa, sino más bien el
resultado de lo tediosa cotidianeidad, del
aburrimiento en que nos sumerge la inevitable
rutina sin ma-yor defensa que el poder salir
de ella, aunque sea por casualidad. Fernando
Iwasaki desde España nos ahorca en “Tres
noches de corba-ta y prosigue levantando
cadalsos a través de su elegante prosa Alfredo
Pita, desde las orillas del Sena nos contó que
“De pronto anochece” para decirnos como al
césar romano: “Mori-turi (los que van a
morir te saludan), donde a partir de asuntos de
la vida cotidiana arriba lo extraordinario que
nos entrega lo infinita-mente imaginado.
Con la promesa de ampliar en algo esta
secuencia última, mencionaré a cuentistas de la
última hornada del siglo XX, como Carlos
Rengifo, el que con “El puente de las libélulas
y “Criaturas de la sombra” demostró amplias
dotes narrativas. Ampliamente galardonado en
concursos varios, Sócrates Zuzunaga ob-tuvo el
primer premio del Concurso Nacio-nal de
Cuentos Infantiles “Carlota Carvallo”,
dedicándose desde entonces a contar para los
niños con sumo acierto. “El goce de la locu-ra
de Omar Benel es algo descollante en el cuento,
para el cual parece haber nacido este joven
autor. “Ricardo Ayllón desde chimbote nos
entregó sus “Monólogos para Leonardo”
amenazando con irse a freír monos en una sartén
de palo si no nos gustaban las que lla-ma sus
crónicas; ojalá no cumpla tal amena-za. Julio
César Vega con sus “Cuatro gatos” intenta
convencernos que tal vez la música, el color o la
palabra son la única salvación; y su palabra lo
salva para la literatura de cor-te existencialista.
“Nadie sabe adonde ir” de Carlos Dávalos
constituye un testimonio de parte de la juventud
iconoclasta que vaga sin rumbo fijo por esa
enorme metrópoli en que se ha convertido
Lima... Por su parte Jorge Luis Chamorro con
su “Tendencia al Nirvana” pretende explicarnos
el porqué la humanidad no se decide con la
ayuda del viejo Sigmund y cierto estilo
psicológico en su narrativa. Final-mente, “Los
pedazos rotos del espejo interior de Carlos
Sotomayor Barrera parecen integrar una
asunción seria del arte de contar cuentos, no
solo por el último mencionado, que lo hace y
bien, con oficio, sino de parte de los antes
mencionados, a quienes habrá que augurar un
paso exitoso hacia el siglo XXI, tan cibernético
y digitalizado que hasta miedo da, pues.
Y casi caemos en el lapsus de un conocido
y popular narrador hípico peruano, quien lue-
go de transmitir el clásico del cuarto centena-
rio de una importante ciudad sudamericana, se
despidió emocionado diciendo: “Amigos
míos, si Dios quiere, hasta el próximo cente-
nario”. En último caso, solo se trataría de una
amenaza incumplida.
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Maynor Freyre Bustamante
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